Las seis pruebas de Tributo. Primer capítulo.

 

CAPÍTULO 1. FORTIÓN.

ZAFIRA

 

 

Mi nombre es Zafira, y vivo en Fortión, una tierra extensa e infinita, o al menos eso dicen las lenguas de los exploradores. Es una tierra preciosa, pero, como ocurre en todos lados, llena de pobreza. Solo los privilegiados tienen la oportunidad de entrar en la zona más rica de Fortión, la llamada Ciudad de Luz. Y no, esto no quiere decir que allí el Sol brille más, o que haga más luz que en el resto de Fortión. La llamamos así porque pasar por sus puertas es como entrar a una nueva dimensión: no hay gente tirada por la calle, no hay ropajes sencillos, ni habitantes trabajando como hormiguitas.

No.

Aquello es otra historia, porque todos los que residen allí visten con telas finas y caras, ríen entre ellos mientras pasean por extensos jardines repletos de fuentes y flores, trabajan en oficinas sofisticadas con todo tipo de caprichos a su disposición, beben vino y comen uvas en el desayuno, tienen la tecnología más avanzada jamás vista y sirvientes que limpian por donde pasan y preparan manjares ¡que ya quisiera yo!

Así que sí, el lugar donde vivo no es especialmente lujoso. Por decir, diría que, de no ser por mi padre, mi casa estaría a punto de caerse a trozos. Y no exagero, ¿eh? ¡Aparecen grietas en las paredes con cada terremoto! Las tejas se caen cuando menos lo esperas y la madera de la valla que rodea nuestro jardín está medio podrida. Gracias a Myrnak (nuestra diosa), nuestros animales son bastante tranquilos, y mi padre es un manitas de los que ya no quedan. También tenemos la suerte de vivir en un pequeño pueblo de los que rodean Ciudad de Luz: Maravilla. Es un pueblo tranquilo dedicado a la agricultura y a la ganadería, sencillo, rodeado de bosques, lleno de gente simpática de la que te da los buenos días por la mañana y te ayuda con las bolsas de la compra. Aunque hay alguna que otra gran multinacional aquí, abundan las empresas y negocios pequeñitos, familiares, ¡y eso me encanta! Para mí es el pueblo perfecto, porque es como irse al campo a tomarse un respiro estando a poco tiempo de la capital en coche… y no es que el coche de mi familia sea especialmente nuevo. ¿Podemos llamar siquiera coche, a un vehículo que cuando funciona echa humo por el tubo de escape y hay que pararlo cuando se sobrecalienta? Hmm… no sé yo. Pero como todo en mi casa, en mi familia y en mi pueblo, lo adoro, tiene su encanto y no lo cambiaría por nada.

Ni siquiera por casarme con un joven de Ciudad de Luz. Mi hermana… Bueno, digamos que mi hermana no piensa como yo.

—¡Zafira! —grita mi madre desde la planta de abajo—. ¡Es la última vez que lo repito! ¡A comer!

Me levanto de la cama mientras pongo los ojos en blanco, y me quito los auriculares de un tirón, los desenchufo de mi móvil de pantalla agrietada, y salgo del cuarto sin arreglarme siquiera. Así, en chándal, con el pelo revuelto y el maquillaje corrido por no haberme desmaquillado el día anterior.

—Ya era horaaa —se queja mi hermana, Lisa.

Al contrario que yo, ella siempre va de punta en blanco. Sus ahorros, aunque pocos, los controla de tal modo que es capaz de hacer maravillas. Con deciros que es la envidia de todas las jóvenes del pueblo…

Hoy lleva un vestidito de color azul que se pega a sus curvas y resalta sus pechos, pequeños, sí, pero muy bien puestos. Sus piernas largas terminan con unos preciosos botines de color blanco. Lleva el pelo rubio recogido en una coleta alta, larga y ondulada, y el maquillaje impoluto.

—¿Vestido nuevo? —pregunto sin tener en cuenta el tono en el que me ha hablado.

—Sí, ¿te gusta?

Se estira la prenda para que la vea bien.

—Es precioso, como todo tu armario.

—Es lo que hay que hacer si quiero entrar a trabajar en Ciudad de Luz.

—Sí, y lo tuyo te está costando, hija —interviene mi madre. Está terminando de colocar los cubiertos sobre la mesa—. No sé cómo lo haces para comprarte esos modelitos con la miseria que os damos, la verdad.

Esa última frase va impregnada de cierta tristeza.

Mi madre nunca lo dice, pero sé que toda su vida le habría gustado darnos algo mejor. Ninguna la culpamos, está claro, ¡y más después de lo dura que había sido su juventud! Ella… ella había pertenecido a Ciudad de Luz una vez, pero se enamoró de mi padre, se quedó embarazada de mí y, justo cuando iba a conseguir el trabajo de sus sueños, su familia descubrió sus sentimientos por mi padre y la echaron de allí como si fuera basura.

Frívolos, estirados, capitalistas. Así son todos allí. Razón por la cual no logro entender por qué Lisa quiere unirse a ellos. Ella es buena, algo superficial, no voy a negarlo, pero lo da todo por la familia, como yo.

—No se necesita más para vivir. —La consuelo mientras me siento a la mesa—. Yo gasto los ahorros en cervezas y ella los gasta en ropa. Aquí cada uno elige cómo llevar su vida.

—Bueno, también te pagas alguna clase de equitación al mes —aclara mi madre.

—Sí, eso también. —Le sonrío.

En el futuro me encantaría ser una gran amazona. Una de esas que en las competiciones dejan a todo el mundo con la boca abierta, y tienen una conexión especial con su caballo. Yo… ¿qué queréis que os diga? ¡Me he criado entre animales! Me entiendo con ellos mejor que con muchas personas.

—¿Dónde está papá? —pregunta Lisa.

Mientras corta el pollo en trozos, mi madre responde:

—Ha ido a arreglar la valla. Esta mañana se ha despertado temprano para cortar leña, la ha pulido, la ha pintado, y ahora estaba terminando de sustituir la antigua por la nueva.

Uff… ¡vaya trabajazo! —exclamo, tendiendo el plato a mi madre para que me eche uno de los muslos.

—Sí. Con todo lo que trabaja, debería descansar en sus días libres —dice Lisa.

—Los días libres son para gente con dinero.

Las tres giramos la cabeza hacia mi padre, que está entrando por la puerta con un mono de trabajo y unos guantes. El pelo, sudado, las mejillas llenas de tierra, los zapatos salpicados de pintura blanca y una mirada viva, verde, como la de mi hermana Lisa.

Mis ojos son azules, como los de mi madre.

—Papá, no deberías trabajar tanto —le regaña Lisa—. Entre la jardinería y que cada día hay algo distinto que arreglar en casa... —Niega con la cabeza— ¡Menos mal que Zafira te ayuda con los animales!

—Por cierto, hoy las gallinas no han puesto muchos huevos. He metido en el frigorífico lo que he recogido. —Señalo al refrigerador.

—No te preocupes. Hay días y días —comenta mientras se quita los guantes y se dirige al baño—. Por cierto, poned la tele. El vecino me ha dicho que van a retransmitir los momentos más populares del pasado Tributo o algo por el estilo…

—¿Tributo? —inquiero, ya cortando la carne del pollo.

Al meterme en la boca el primer trozo, cierro los ojos. ¡Está de muerte! Mi madre siempre ha sido muy buena cocinera.

—¿No has oído hablar de las pruebas? —Mi hermana frunce el ceño.

—Pues no, la verdad.

Se hace el silencio en la sala. Mi madre y Lisa intercambian una mirada y levantan las cejas.

—Ya sabéis que no suelo ver la tele. —Aclaro.

—No me puedo creer que no hayas escuchado nada sobre ello. Llevan informando semanas.

—Bueno, pues no me he enterado, ¿vale? Y Abiel tampoco me lo ha dicho.

Abiel es mi mejor amigo, y suelo quedar con él todos los fines de semana.

—¡Qué raro! —exclama mi madre, ya tomando asiento.

Yo me revuelvo, incómoda.

—Como sea. ¿Me lo vais a contar?

—Hmmm…, será mejor que lo veas por ti misma.

Lisa coge el mando de la tele y la enciende. De inmediato, pulsa uno de los números y la chica de los informativos aparece en pantalla. Junto a ella hay una fotografía de Ciudad de Luz, nuestra capital, con varios pueblos pequeñitos y amurallados que la rodean. Al verlo así, en pantalla, me recuerda a una colmena. Ciudad de Luz, el hogar de la abeja reina. El resto, los trabajadores.

—Qué grande es Ciudad de Luz al lado de nuestros pueblecitos —murmuro.

—Intimida, ¿verdad?

—Sí.

Mi padre sale del baño ya limpio y con una ropa más cómoda, y se sienta junto a mi madre. Huele a jabón.

—Vais a ver. —Su voz suena más a quejido que otra cosa.

Me meto otro trozo de pollo en la boca.

 

«Como sabemos, en Ciudad de Luz se comenzó hace semanas a celebrar lo que ellos llaman Tributo, una polémica prueba donde solo a unas elegidas se les da la oportunidad de ganarse una vida cómoda en la capital.

Esta polémica prueba está causando gran revuelo y manifestaciones por parte del sector femenino, que dice sentirse infravalorado.

Ayer, un centenar de mujeres se desplazaron hacia las murallas de Ciudad de Luz, asegurando que este reto no solo pone en peligro lo mucho que la mujer ha luchado por tener un lugar respetable en la sociedad, sino que también las relega al lugar de, como vemos en la camiseta de esta chica, «objetos sexuales» por y para servir al hombre.

Nuestro compañero Mikel se ha desplazado a una nueva manifestación que ha conseguido colarse en Ciudad de Luz, y llegar a las mismísimas puertas del Palacio Sol.

Mikel, por favor

 

En pantalla aparece un grupo de mujeres sin camiseta ni sujetador, con letras escritas en rojo por toda la piel y pancartas de tamaños considerables. En ellas hay frases estilo «luché por mi hija, y ahora ella está a merced de un sádico», o «la vida debería ser un DERECHO, no algo por lo que luchar.»

El vello se me eriza.

—Pero… ¿qué está pasando? ¿Están haciendo algo a las mujeres?

Mi padre carraspea. Al mirarlo, veo que está agarrando los cubiertos con tanta fuerza que los nudillos se le ven blancos.

—Cariño, hace unos años comunicaron que, una vez cada seis meses, podrían presentarse diez voluntarias que serían puestas a prueba por «hombres» pudientes, aunque son de todo menos hombres, para que cumplieran sus deseos…

—¡¿Qué?! —Lo interrumpo aunque aún no sé de qué va la historia—. ¿Mujeres cumpliendo los deseos de cerdos con dinero para entrar en Ciudad de Luz? ¡¿Hasta dónde vamos a llegar?!

Lisa coloca su mano sobre mi muñeca e informa con frialdad:

—Escucha, Zafira. Papá acaba de empezar.

—Exacto. Como iba diciendo, se presentaron diez voluntarias dispuestas a cumplir los deseos de esos hombres para tener un puesto respetable en la capital, pero no todo acaba ahí. Si eso fuera así, podríamos decir que se trata de una especie de prostitución: ofreces tu cuerpo por un fin que te beneficia.

—Bueno, viéndolo de ese modo… Ellas hacen lo que quieren con su cuerpo, ¿no? ¿A qué viene tanto revuelo?

—A que de esas diez mujeres, solo las que cumplen los deseos de esos depravados entran a Ciudad de Luz, mientras que las demás son ofrecidas como tributo al dios Mandrión.

Mandrión, el otro dios. La divinidad masculina que representa la protección, la guerra, la riqueza y la fuerza. Mi familia siempre prefirió a la diosa Myrnak, dueña de la fertilidad, la familia, el amor, la fuerza de voluntad y el tesón.

—Son ofrecidas como tributo al dios Mandrión. —Me tiembla la voz—. Es decir… que las matan. Por eso la prueba se llama Tributo.

—Exacto. Y las pruebas no consisten solamente en darle placer a un desconocido… No. Son pruebas crueles creadas por mentes enfermas y aburridas que no tienen nada mejor en lo que pensar.

—Literalmente, los hombres de las altas esferas ofrecen cantidades asquerosas de dinero para comprar a una mujer fértil y ponerla a prueba hasta la muerte, o hasta que demuestre que es digna de ellos —añade Lisa, muy seria, con el tenedor en una mano y el cuchillo en la otra.

El pollo que estoy masticando parece convertirse en corcho, y me da la sensación de que lo único que puedo hacer es pasarlo de un lado a otro. Rumiarlo como si fuera una vaca de nuestra pequeña granja.

—A ver si lo he entendido bien —digo, deseando que desmientan algo de lo que he oído—. ¿Me estáis diciendo que hay mujeres que se presentan voluntarias para ser juguetes de hombres con dinero, sin poner límites ni respeto por ellas mismas, sabiendo que pueden morir, solo para tener una vida cómoda junto a un cerdo adinerado que hizo con ella lo que quiso?

—Sí, hija. Y eso no es lo peor… Después del revuelo que ha causado este nuevo… ¿juego? Tributo va a comenzar a llevarse a cabo de forma obligatoria. Una vez cada seis meses, escogerán a diez mujeres de entre la multitud para retransmitir cómo superan las pruebas o mueren en el intento.

No puedo más. Me levanto con tanta fuerza que tiro la silla al suelo, y mi familia se me queda mirando muy seria. Todos ellos tienen una expresión como de gravedad mezclada con desesperación.

—No pueden hacer eso —aclaro.

—Eso es lo malo, Zafira. No hay ninguna ley que proteja a las mujeres. No hay nada que diga que eso no se puede hacer. Ellos se escudan diciendo que en Ciudad de Luz hacen falta más hembras jóvenes y diciendo que el dinero que recaudan es el que mantendrá a los pueblos abastecidos durante todo el año.

—No. Me niego a creer que esto sea legal. Me niego a creer que cada seis meses tendremos que aguantar la respiración y rezarle a Myrnak para no ser nosotras las siguientes. Me niego a creer que puedan tratarnos como a carne, como a esclavas… ¿En qué época estamos? ¡Es una calamidad!

—Lo es —dice mi madre. Ella también ha dejado de comer—. La maldad humana es así, y mientras no exista nada que se lo prohíba, pueden hacerlo.

—¡Pero seremos carne, mamá! Seremos el juguete de una panda de imbéciles que se creen dioses.

Nadie lo niega. No me explico cómo no me he enterado del bombazo hasta ahora, cuando era un tema que debía haber llenado conversaciones. ¿Tan en mi pompa he estado últimamente?

—Tenemos que hacer algo. No somos ganado. No somos objetos.

Lisa asiente al escucharme.

—No lo somos. Por eso pretendo conseguir mi objetivo de ser una mujer con influencia para oponerme a este tipo de calamidades.

»Alguien tiene que pararle los pies al gobernador allí arriba. Si logro en algún momento posicionarme bien, todas las mujeres estarán a mi favor después de esto.

—Lisa, no te ofendas. —Intento respirar con más tranquilidad, ya que noto cómo mi corazón se acelera espoleado por el miedo—. Sé que eres una mujer fuerte, con las cosas claras y una meta muy ambiciosa, pero de aquí a que tus sueños se cumplan pueden pasar años, y nadie te asegura que las cosas saldrán bien.

—Yo sé que las cosas saldrán bien. Zafira, tengo un lema: «si quieres, puedes». Seas hombre o mujer, da igual.

»Yo quiero. Yo puedo.

Ni siquiera esa mirada llena de tesón es capaz de relajarme. Tributo es algo demasiado fuerte como para asimilarlo así, de golpe. Y encima lo retransmiten por televisión… ¿El mundo se está volviendo loco?

—Son solo sueños, Lisa.

—Al menos intento cambiar algo. Ese grupo de mujeres que se manifiesta en las puertas de la capital no logrará nada. Siempre ha sido así. O si no, dime: ¿Qué pasó cuando quitaron a la mujer el derecho al voto?

—Hubo mucho revuelo, quemaron edificios, se rebelaron…

—¿Consiguieron algo?

—No.

—Ahí lo tienes, Zafira. O se unen todas las mujeres de Fortión contra esta locura, o lo siguiente será quitarnos los trabajos, los estudios, esclavizarnos… Y yo no voy a permitir eso.

Aunque sé que la meta de Lisa es demasiado ambiciosa y le traerá más sufrimiento que alegría, la admiro: pocas mujeres así quedan, dispuestas a enfrentarse al mundo entero.

Me siento de nuevo y apoyo la cabeza sobre las manos.

—Joder, Lisa, tienes razón. Es solo que… ¡madre mía! ¡Van a obligar a diez mujeres jóvenes a luchar por su vida cada seis meses! Esto es una pesadilla. Tiene que ser una maldita pesadilla.

Mi padre, el cual se había quedado callado, me agarra del brazo, tranquilizador.

—Tranquila, hija. Yo no dejaré que os separen de mí. Puedo llegar a ser muy protector.

—Papá, si esto va en serio nadie podrá evitarlo.

—Yo sí.

Le sonrío.

Me parece admirable cómo un padre es capaz de creerse imbatible cuando se trata de proteger a su familia. Cómo sus ojos expresan la seguridad del que sabe que respira oxígeno.

—Mirad… ¡Pobre chica! —exclama mi madre.

Señala hacia el televisor con cara de horror, así que todos centramos nuestra atención en él. En ese momento, una chica de aproximadamente dieciocho años llamada Ninfa (su pseudónimo está escrito en pantalla) se encuentra atada, con unos ropajes tan ligeros que apenas le tapan los pezones y el pubis. Tiene el pelo negro liso, los ojos tapados con un antifaz y los labios entre abiertos. Al fondo se percibe una chimenea encendida y una cama redonda, gigantesca. De pronto, aparece en pantalla, por la derecha, un hombre con el rostro semioculto, barriga abultada, espalda velluda y bajito.

—¡¿Qué lleva en la mano?! —Se horroriza Lisa.

Pero yo ya sé lo que es, porque es lo mismo que se utiliza para marcar al ganado.

—Va a marcarla. Ese depravado va a marcarla.

—Como suya.

—Como suya. —Asiento.

Efectivamente, el depravado acerca el hierro incandescente a la piel de la chica para marcarla. Esta grita, se retuerce, intenta patalear, echa la cabeza hacia atrás por el dolor, mientras el cerdo ríe y ríe, deleitándose con su olor a carne quemada. Alimentándose de sus gritos, de su sufrimiento. De ser dueño de esa belleza y poder llevar con ella a cabo sus fantasías más ocultas.

Tengo que recordarme a mí misma que lo que acabo de ver no está sucediendo ahora, sino que es uno de los momentos más populares del último Tributo, cuando aún era voluntario.

El televisor se apaga.

—Ya está. No puedo ver más —informa mi madre.

Tiene los puños cerrados sobre el regazo y la cabeza agachada, seguramente para que no podamos ver sus lágrimas.

—Es demasiado.

Se levanta y se va, dejando su plato de pollo casi lleno.

En realidad, ninguno de nosotros ha tocado la comida. Y con razón.


Dónde conseguirlo:

https://www.amazon.es/Las-seis-pruebas-Tributo-Massey/dp/B0B6Q52BB6/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&crid=260D0H2GTWLK8&keywords=las+seis+pruebas+de+tributo&qid=1658490621&sprefix=las+seis+pruebas+de+tributo%2Caps%2C158&sr=8-1


Música que me inspiraba:

https://www.youtube.com/watch?v=pjOtKC_GZ9o


Tablón de Pinterest:

https://www.pinterest.es/mariajebailon/las-seis-pruebas-de-tributo/




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